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domingo, 14 de octubre de 2012

Maridajes



Es el Japón antiguo similar a  la seriedad esculpida en el rostro de Buster Keaton, fotografiada por el mago de la luz que fue George Hurrell, y que ahora podría ser comparado con el artesanal director de fotografía Javier Aguirresarobe. Mezclo en mi cabeza las calles de Tokyo descritas por el onírico Murakami, con ese humor tan particular que barniza sus historias, personajes y delirios, con los cuentos de Soseki, escritor de hermosas rarezas literarias de principio del XX.  Palabras del antiguo e imperial Tokyo, confundidas con la tecnología y el avance del Japón menos tradicional, mas del siglo XXI. A principios del XX se apostó  por olvidar un tanto la espiritualidad y tradiciones ancestrales, de un pueblo casi medieval, para incorporar las técnicas del lejano y atractivo Occidente. Sustituir el equilibrio y el alma serena, por las velocidades de las maquinas y del pragmatismo de Europa y Estados Unidos. Dominar al enemigo aprendiendo a manejar sus armas.Mezclados como hace en sus articulos escritos ese corresponsal todo terreno que es Enric Glez, que igual te hace unas crónicas de fútbol, mezclando césped del Reino Unido y la cultura tifosi más bullanguera, que una columna soberbia sobre la solemnidad del entrenador obsesionado con el sistema defensivo y la poética prosa de Albert Camus contemplada desde una terraza de París. El resultado de aquel salto doble mortal del Japón cerrado y medieval, es un país mágico, donde las tradiciones conviven con la alta tecnología. Una instantánea que muestra como conviven  enigmáticas geishas con el osado manga, y el antiquísimo amargo sake  con el actual mejor whisky del mercado: el japones Yoichi (ni escocia, ni irlanda, ni gales... ) Japón en la distancia.